*Publicado por: semillero de investigación en contextos rurales de UNISARC. Programa de agronomía.
Como es sabido, la historia de los umbra está ligada en buena medida al territorio de Quinchía Risaralda y Riosucio Caldas, hacen parte de los terrenos que cubrió el mariscal Jorge Robledo durante el aniquilamiento de los guerreros de estas tribus que se resistieron a la conquista y cuya existencia quedó estampada en las crónicas de Pedro Cieza de León. Recientemente su historia saldría a la luz en tiempos modernos con el trabajo del maestro Guillermo Rendón “La lengua umbra, descubrimiento, endolingüística, arqueología”, y también por la labor de periodismo rural del profesor Duberney Galvis Cardona “Umbra: la lengua que se resiste a desaparecer”.
Luego estas obras son solo el comienzo del maravilloso redescubrimiento de la cultura de los umbras, en su momento extendida en territorios que iban desde los valles de Umbría, hasta las montañas de Anserma y los cerros de Quinchía y Riosucio para luego discurrir hasta las riveras serpenteantes de la margen izquierda del río Cauca.
Precisamente en zona rural de Quinchía en las veredas de Mapura y Sausagua, limítrofes con Caldas, en territorios del actual resguardo indígena de Escopetera y Pirza todavía quedan grandes petroglifos que estampan la riqueza histórica de esta comunidad que el país y el mundo deben conocer.
Allí hay dos grandes huellas de garras en rocas a orillas del río Tarri que baña estas veredas y son parte importante de la historia de los umbras. Un seguidor de los dinosaurios podría decir que es igual, pero resulta que esta no es de tres dedos sino de seis, lo que podría ser de interés para los expertos en la materia.
Merardo Largo, un líder umbra que dedica los esfuerzos de su vida a rescatar y preservar la cultura umbra, quien actualmente cursa estudios de antropología en Canadá, explica que estas huellas y otros rastros fósiles guardan similitud con las del tipo de las dendritas, restos fósiles indirectos. Algunas parecen a los de animales y vegetales pertenecientes a la era mesozoica.
“Los antiguos umbras contaban historias sobre la huella, lo hacían en su lengua, la llamaban la ‘pezuña del diablo’. Y cuando nosotros éramos niños la escuchábamos, pero entonces me costaba trabajo entenderla bien porque como he dicho no manejaba la lengua que con recelo hablaban los mayores”. Pero a medida que iban falleciendo los últimos umbras y la lengua se marchitaba, esta historia desapareció entre los descendientes de la comunidad. Fue hasta cuando en épocas recientes unos mineros de la zona que levantan piedra sobre piedra para buscar oro, voltearon una de las rocas más grandes y eso generó ruido al interior de la comunidad.
“Los antiguos decían que la leyenda de la ‘pezuña del diablo’ coincidía con la llegada a sus territorios de unos seres ‘visitantes’ que les enseñaban a cultivar y alrededor de los cuales oraban mucho. Pero luego entre ellos se infundió la idea que los acompañaba el diablo. Entonces llegaron hasta donde estaba esa pezuña y le escribieron un credo, de ahí que haya grabados que acompañan el rastro de las garras sobre las piedras.
La idea que narraban los mayores era quemarle la pata al diablo con ese credo. Y así ocurrió, la gente le quemó la pata para acabar con ese mito. Y como los antiguos creían en muchas cosas, en esa misma zona guardaron muchas pertenencias, oro y otras reliquias de valor espiritual. Tiempos después los españoles saquearían algunos de esos tesoros”.
Merardo suele incluir un paréntesis al hablar del tema para señalar que curiosamente en territorios del Medio Oriente y Asia hay grabados similares a los que acompañan las huellas en las piedras de Sasagua, “no son los mismos, pero si tienen similitud”.
La llegada de Merado al colegio como bien fue reseñado en El Espectador, lo impulsó a aprender la lengua y de esta manera reforzó el interés por la cultura de su comunidad e hizo que emprendiera esfuerzos por juntar más piezas de la historia de las huellas. “La verdad es que esa piedra de Sausagua es un patrimonio cultural que valdría la pena ahora que estamos diciendo y mostrando que ahí está, los investigadores y profesionales se interesaran por ir, estudiarlas y preservarlas. Tengo unas notas disponibles para nuestro libro que espero salgan a la luz pronto como complemento…”
La llegada de Merado al colegio como bien fue reseñado en El Espectador, lo impulsó a aprender la lengua y de esta manera reforzó el interés por la cultura de su comunidad e hizo que emprendiera esfuerzos por juntar más piezas de la historia de las huellas. “La verdad es que esa piedra de Sausagua es un patrimonio cultural que valdría la pena ahora que estamos diciendo y mostrando que ahí está, los investigadores y profesionales se interesaran por ir, estudiarlas y preservarlas. Tengo unas notas disponibles para nuestro libro que espero salgan a la luz pronto como complemento…”
“Les cuento que yo en su momento creí que en realidad era el diablo que se había parado ahí, y así como conocemos en la región la historia de ‘la cola del diablo’ que está grabada arriba en piedras de Bonafont, pues uno concluía que las encontradas más abajo eran las patas. Pero a medida que fuimos estudiando surgían preguntas porque lo que haya dejado la huella alcanzaba su peso e toneladas ¿qué pudo dejar una huella de ese tamaño cuando esta es una zona alejada de tierras llanas de grandes animales? Después conocimos que en el 2020 fueron hallados los restos de un mastodonte en estos territorios de Quinchía, lo que obliga a preguntar si pasaron por ahí especies similares o depredadores de estos. Otra pregunta ¿de dónde venían los visitantes que escribían junto a esas huellas, y por qué los umbras se entendieron tan fácil con ellos? Los mayores contaban que quienes llegaron escribieron de dónde venían y qué hacían, buscaban su tierra prometida. Todo esto es parte de un patrimonio para estudiar, preservar y entender mejor de dónde es que en realidad descendemos nosotros.”
De las narraciones rescatadas por Merardo está la que cuenta que en ciertas épocas cuando llovía duro y había tormentas, los umbras oían sonidos muy fuertes y raros en esas cañadas donde están las huellas, como de un animal grande, “pero como es común que a todo lo que ocurre le aumentan al cuento cuando pasa de palabra en palabra, al mito fue distorsionado y es difícil conservarlo”. Al mismo Jorge Robledo le narraron esta historia cuando estuvo instalado en estas tierras en las que fundaría a Santa Ana de Indios (después de los Caballeros), pero él que creía en Dios, se burló de los indígenas porque creer en el diablo.
Los seres a los que hace referencia Merado están relacionados con el capitán Samoga, nombre antiguo del corregimiento de Bonafont. Los umbras guardan en su memoria que él era el capitán de ojos rasgados que llegó en un barco chino al pacífico e incursionó en territorio de los ríos Bagadó y el San Juan, y exploró las tierras más allá de las montañas del pacífico hasta el Tatamá y Bonafont guiado por la diosa Pua cuyo nombre llevó por mucho tiempo la montaña del hoy conocido como “Cerro Clavijo”. Allí contactaron con nuestras civilizaciones y encontraron la manera de transmitirle parte de sus conocimientos en épocas en que todavía los nativos habitaban en árboles.
Según lo investigado por Merardo, Samoga murió en estas tierras, aunque nunca supieron el lugar de su tumba. Pero si hay varias referencias a él y los acompañantes en los grabados y las piezas orfebres. En la actualidad existen algunas en cerámica y oro, fueron encontradas por familias de la zona que practican la minera artesanal y hasta dónde fue posible constatar, siguen en su poder, otras piezas encontradas han ido a parar a manos de particulares.
No obstante, el origen de la garra sobre la piedra aún no está resuelto. Por ende, Merardo pide que sean estudiadas bajo el cuidado meticuloso de estos petroglifos que continúan a la intemperie sin que ninguna autoridad procure salvaguardarlas.
De los umbra, tan presentes en las crónicas de Cieza de León, quedan los remanentes históricos que conservan y protegen Merardo Largo y su hermano Geovany Largo encargado de la escuela umbra. Los mitos de la “pezuña del diablo” que están estampadas en las rocas del rio Tirri, aún están siendo reconstruidos, pero las piezas arqueológicas están allí, expuestas en su entorno natural. Lo que desean los umbras casi en solitario, es que tanto las autoridades nacionales como las regionales y los profesionales, universidades e interesados en rescatar y preservar el patrimonio cultural de la nación vengan a este territorio abandonado a explorar, investigar y protegerlo. “Necesitamos quien nos ayude a preservarlos, y desafortunadamente si la gente no se entera que están aquí y hacen parte de la historia de los umbras, continuarán en deterioro.”
Ocurre que los municipios como Quinchía y Riosucio tienen escasos recursos e intereses culturales en la materia. Mientras de lo destinado por la nación a las comunidades indígenas, poco o nada se invierte en preservar los petroglifos, tumbas y demás recursos arqueológicos de los antiguos. Pero los indígenas y los mineros saben de la abundante riqueza en los cerros, rocas, ríos, flora, fauna y mitos. La minería artesanal sacó muchas piezas que terminaron en manos de los comerciantes siendo escasas las preservadas por parte de la autoridad cultural nacional, regional y por las mismas comunidades. Y es que como estos son territorios de origen umbra y tribus hermanas, más que de origen embera que son las comunidades indígenas que los resguardan desde 1991, hay dificultad a la hora de difundir y preservar el patrimonio arqueológico.
Desde luego Merardo y Geovany, seguros de que su gesta por preservar la lengua está atada al cuidado de sus “huellas” como lo llaman, reconstruyen sus mitos que a diferencia de los de los criollos, dejó las garras estampadas en las piedras que actualmente atestiguan las labores diarias campesinas. ¿Podrán los umbras recibir el apoyo estatal para proteger el patrimonio cultural que aún es posible encontrar y apreciar en la zona?